Todo empezó con una pequeña travesura

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Raquel Angeline Librada Mack Pinzon

Angie es la protagonista de esta historia. Como cualquier niña de cuatro años, sus días transcurrían entre risas, juegos y alguna que otra travesura. Nunca imaginó que un simple frijol cambiaría su vida.

Durante unas vacaciones en el distrito de Tonosí, en la provincia de Los Santos, Angie disfrutaba de la vida en una comunidad rural, rodeada de suelo fértil, donde las flores y las hortalizas se entrelazaban en los patios traseros de las casas.

Un día, mientras jugaba entre las plantas de frijol, decidió ponerse una semilla dentro del oído. Con el paso de los días, comenzó a sentir molestias que se intensificaban cada vez más. El dolor, punzante y constante, se hacía más insoportable durante la noche, perturbando su descanso.

Preocupados, sus padres la llevaron a un especialista en oídos, un otorrinolaringólogo. El diagnóstico fue sorprendente: Angie tenía un frijol en el oído. Cuando el doctor extrajo la semilla, todos quedaron impactados, pues el frijol había comenzado a echar raíces.

La semilla causó una infección en el oído, por lo que el médico recetó medicamentos y aconsejó a los padres evitar que el oído de Angie entrara en contacto con el agua. No podía bañarse en piscinas, ríos o playas, y debían tener especial cuidado al lavarle el cabello, ya que el líquido podría empeorar la infección.

A pesar de los cuidados, Angie no mejoraba. Sus padres buscaron la opinión de otros médicos hasta que, tras ser atendida por tres especialistas, el Dr. Arcecio les dio un diagnóstico más detallado: "Gran sensibilidad en el oído derecho y una lesión menor en el izquierdo". De alguna manera, ambos oídos habían sido afectados. El médico advirtió a los padres que la lesión podría ser permanente.

El problema se complicó cuando Angie comenzó a ir a la escuela. Las dinámicas en el aula, llenas de juegos, canciones y el bullicio de sus compañeros, le provocaban fuertes dolores de oído. En varias ocasiones, sus padres tuvieron que retirarla de las clases.

En el aula, había quienes se preocupaban por su bienestar y trataban de hacer menos ruido, intentando que los demás también lo hicieran. Sin embargo, otros alumnos, en lugar de ser solidarios, a veces se acercaban y le gritaban al oído solo para ver si le molestaba.

La maestra de preescolar, por su parte, hacía lo posible por enseñar a los niños a comportarse de manera adecuada, repitiendo una y otra vez la importancia de ser considerados.

Hoy en día, Angie cursa el séptimo grado en un colegio del distrito de La Chorrera. Ha aprendido a valerse de pequeñas estrategias para sobrellevar el ruido. A veces, cierra los ojos y se imagina a Harpócrates, el dios del silencio; en otras ocasiones, recurre a Morfeo, el dios del sueño. Y cuando nada de eso funciona, utiliza una táctica más terrenal pero igual de efectiva: se coloca la capucha de su abrigo sobre la cabeza.

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